miércoles, 3 de junio de 2009

HOMOFOBIA Y TORTURA EN EL ESTADO DE MEXICO

[Homofobia y tortura]en el Estado de México
Óscar Daniel Balderas Méndez
"Esto te pasa por no creer en Dios”, y le asestó un golpe en la cara. El profesor Agustín Estrada Negrete, ex director del Centro de Atención Múltiple (CAM) 33 y 34 para niños con discapacidad, se quedó callado. Otro golpe en el estómago le hizo perder el aire. “Por vestirte de mujer vas a perder la dignidad y la vida”, le gritaron dentro del vehículo.Minutos antes había abandonado el sótano de la Procuraduría de Justicia donde había sido torturado durante la noche. Agustín Estrada Negrete, egresado de la Universidad Pedagógica Nacional y con estudios de Doctorado en Educación, vivía una pesadilla que jamás había imaginado: se encontraba, sin su abogado, en una carretera sin rumbo conocido, mientras era golpeado. Era evidente que el ataque era únicamente por su orientación homosexual. Cada golpe, cada insulto, cada humillación le recordaba por qué se encontraba en esa situación.“Aquí no tienen cabida los putos”, “por cerrar calles te vamos a cerrar el culo”, eran frases recurrentes.Con la mirada baja, Agustín Estrada soportó los abusos. Dentro de él, la incertidumbre del viaje se convertía en desesperación. El auto, donde iba acompañado por policías y agentes del Ministerio Público (MP) local, finalmente se detuvo. La desesperación se convirtió en angustia cuando vio, a través de la ventanilla, que el destino final era Almoloya.De director de una escuela para niños con discapacidad a reo en una prisión de máxima seguridad, había sólo un trecho: el imperdonable “delito” de ser homosexual en el Estado de México.El inicio de la pesadillaLa historia de agresiones comenzó el 17 de mayo de 2007, cuando Estrada Negrete fue invitado por la Coordinación de Derechos Humanos de Ecatepec a las celebraciones del Día Internacional de Lucha contra la Homofobia. Para el desfile, el profesor usó un vestido rojo, caracterizando un personaje de la película La jaula de las locas. La popularidad del profesor en la comunidad atrajo la mirada de los reporteros que cubrieron el desfile; al día siguiente, una fotografía de Agustín Estrada travestido circuló en los medios locales. Colegas del entonces director del CAM 33 y 34 dieron aviso de la nota periodística a la Secretaría de la Contraloría del Gobierno del Estado de México, acusando al profesor de mala influencia para los niños. De nada valió su gestión para modificar el Artículo 30 de la Ley para la Protección de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes del Estado de México, para que la secundaria y preparatoria fuera obligatoria para niños con discapacidad, ni las 40 plazas de maestros que logró como director. La demanda fue firmada por sus propios compañeros de trabajo.En pocos días, Agustín Estrada recibió una orden directa de Ernesto Monroy Yurrieta, subsecretario de Educación Básica y Normal en el Estado de México, que le imponía una licencia para separarlo de su cargo durante un año y con goce de sueldo. Ante el reclamo del profesor, Monroy Yurrieta respondió, sin rubor, que la medida se había tomado con base en informes sobre su homosexualidad. “Muerto el perro se acaba la rabia”, fue lo dicho por el subsecretario antes de colgar el teléfono.El despido del profesor Agustín Estrada cayó como agua fría para los alumnos y padres de familia. La separación del cargo, aseguraron, “es inaceptable porque él construyó de la nada la escuela. La levantó donde había escombros”, afirmó una madre cuya hija, con sordera, era atendida diariamente por Agustín Estrada. A lo largo del año de licencia del profesor, los padres de familia y alumnos organizaron 17 marchas para exigir su restitución. Diecisiete marchas, interrumpidas todas por granaderos de la policía estatal, que exigían la sustitución de la nueva directora, Norma Alejandra Sandoval Márquez, consejera de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México, por el maestro homosexual Agustín Estrada . “Vamos a un sótano”Cumplido el año fuera del CAM 33 y 34, y por presiones de los padres de familia, el pasado 7 de mayo el subsecretario de Gobierno del Estado de México, Luis Felipe Puente Espinoza, convocó a una reunión para resolver la situación de Agustín Estrada. A las dos de la tarde se presentó el profesor acompañado del abogado y activista social Jaime López Vela y decenas de padres de familia con sus hijos, en las oficinas del Palacio de Gobierno, en Toluca.En las puertas de las oficinas gubernamentales, la situación se tensó. La presencia del gobernador Enrique Peña Nieto en el recinto puso nerviosos a los burócratas, quienes trataron de minimizar la convocatoria de Agustín Estrada. Como en manifestaciones anteriores, los cuerpos de granaderos arribaron al lugar para disolver al grupo que se encontraba en el arroyo vehicular; el mandato fue impedir que los manifestantes espetaran el caso, frente a las cámaras, al gobernador.Desde su oficina, Puente Espinoza ordenó el retiro de los padres y del abogado. Agustín Estrada, disgustado por el giro, pidió entrar con Jaime López Vela y que los padres pudieran esperar, afuera, la resolución que, sabía de antemano, no sería su restitución como maestro, sino en una plaza como investigador sin acceso a alumnos.Pero la presencia del gobernador desesperó a Puente Espinoza. Cuando Agustín Estrada pidió que lo acompañara su abogado, los padres de familia presenciaron el inicio del calvario: “lo acaban de subir a una patrulla y lo están golpeando”. De inmediato, el profesor corrió a buscarlo. Sin mediar palabra, decenas de elementos lo agredieron también; apenas logró cruzar la calle cuando fue alcanzado por puñetazos y patadas de policías que también agredieron a padres y madres de familia, junto con menores de edad, cuando trataron de defender al maestro.Estrada Negrete, entre golpes, continuó pidiendo la devolución de su abogado. Humberto Rodríguez Suárez, del gobierno estatal, le respondió que no vería de nuevo a su abogado “porque no te quiere contestar”. Ante la insistencia del profesor, Humberto Rodríguez cedió: “¿lo quieres ver? Ahora mismo te lo traigo en una ambulancia”, fue la amenaza.En minutos llegó la ambulancia que, supuestamente, tendría a un agredido Jaime López Vela dentro. Se trató de una trampa. Con el engaño de ser atendido por los golpes, Agustín Estrada fue obligado a entrar a la ambulancia.Dentro de la ambulancia los policías lo estrangularo y golpearon en el estómago y testículos. A la pregunta de dónde lo llevaban, sólo contestaron “Vamos a un sótano”.Doce hombresEl sótano al que se referían era el de la Procuraduría de Justicia. Allí dos médicos legistas -ante las evidentes pruebas de maltrato físico- certificaron que no tenía lesiones. La insistencia de que había sido maltratado en el camino, provocó la ira de los policías municipales que, vestidos de pantalón crema y camisa azul marino, lo recibieron a golpes. Le levantaron la camisa para taparle la cara y lo golpearon en el estómago. “Te va a pesar pelear tu puesto en la escuela”, le gritaban. Agustín, fatigado, sólo callaba. Del otro lado, en el sótano, su abogado recibía un trato similar.Al día siguiente, Jaime López Vela abandonó la Procuraduría de Justicia con el compromiso de regresar por Agustín. Hasta ese momento el profesor supo el delito por el que estaba detenido: “ataque a las vías de comunicación”, registrado en el Artículo 194 del Código Penal del Estado de México, con castigo de seis meses a seis años de prisión y de 30 a 150 días de multa.Sin la presencia de su abogado en el edificio, todo se recrudeció. Lo obligaron a abandonar la Procuraduría en un carro blanco. Dentro del auto fue golpeado de nuevo. “Ser homosexual es un delito aquí”, le decían. “Te vas a Almoloya por no creer en Dios”. Agustín ingresó por lo que, después sabría, es el acceso de visitantes. Un fuerte olor a basura fue lo primero que percibió. Cuando entró, un guardia le preguntó por qué estaba ahí; el profesor respondió no saber. “¿Cómo que no sabes, hijo de tu pinche madre?” Y recibió dos bofetadas.Al recorrer los pasillos rumbo a su celda, era notorio que su llegada era esperada por los reos. “¡Ya llegó, ya llegó el de la marcha gay!”, gritaban a su paso. Su bienvenida fue que lo reclusos le arrancaran la ropa. Desnudo, se abrió paso hasta su nueva celda donde un compañero le ofreció un pantalón sucio y una camisa azul con capucha. De pie, en una celda donde idealmente caben seis pero había 30 personas, pasó la primera noche en Almoloya.El día siguiente fue el más duro de todos. Salió de su celda esperando que algún familiar lo sacara. Le dijeron que nadie lo había ido a visitar. Desesperado, regresó a la celda donde un recluso le hizo una confesión: “Tienes que salir de aquí, tú peligras. Es todo lo que puedo decir”. Le entregó una tarjeta telefónica. “Llama a tu casa y que vengan por ti”.Agustín salió al pasillo para buscar permiso y llamar a su casa. Pero en el camino un golpe en la espalda lo detuvo. Después, patadas en las pantorrillas que lo hincaron. Un hombre, por detrás, usó la capucha azul para taparle la cara, asfixiarlo y arrastrarlo dentro de una celda, donde le bajaron los pantalones. Aproximadamente doce hombres entraron a la celda. Lo golpearon en las piernas y en la cara. Con cada movimiento defensivo, Agustín jalaba los cordones de la capucha y era asfixiado. De pronto, un dolor intenso recorrió su cuerpo. Durante un tiempo indeterminado, 12 reclusos lo violaron tumultuariamente. La señal fue atacar al recluso con la capucha azul. “Tenemos órdenes de no levantarte un acta”Después de la violación tumultuaria, Agustín Estrada regresó a su celda. Sin fuerza, con un dolor insoportable, llegó hasta su dormitorio. Su compañero le insistió: “si te quedas aquí otra noche, te van a matar”. Con el dolor a cuestas, Agustín salió por segunda vez al pasillo; tembloroso, introdujo la tarjeta de teléfono para hablar con su hermana. “Por favor vengan por mí”, suplicó. “Te estamos buscando en la Procuraduría, nos dijeron que no saben dónde estás”, respondió su hermana. “Estoy en Almoloya”, contestó antes de que la comunicación se cortara. Otros reos lo atacaron repitiéndose la historia.A la mañana siguiente, el profesor Agustín Estrada salió de Almoloya. El aviso, apenas a tiempo que dio a su hermana, le permitió arreglar su libertad bajo fianza después de pagar 26 mil pesos. Por el mismo pasillo que caminó para entrar a Almoloya, salió. Alarmada, su hermana lo llevó al MP para denunciar la violación. En Ciudad Cuauhtémoc, donde vivió durante más de 30 años y donde se encuentra el CAM 33 y 34, no le tomaron declaración. La misma suerte tuvieron en San Cristóbal. En ambos casos los encargados fueron francos en su negativa: “Tenemos órdenes de no levantarte un acta”. Y Agustín y su hermana abandonaron el MP; ella, lastimada del corazón por el abuso contra su hermano; él, lastimado por donde se le viera.Los responsablesAgustín Estrada se encuentra, actualmente, escondido del aparato judicial. Desde su escondite suelta los nombres de quienes identifica como orquestadores de los abusos en su contra, los mismos que le exigieron silencio o muerte: Gerardo Dorantes Mora, secretario general de Gobierno, Luis Felipe Puente, Norma Alejandra Sandoval Márquez, actual directora del CAM 33 y 34, Óscar Mañón, jefe de policías de Enlace, y Óscar Hernández Suárez, agente del MP.“No se trata sólo de lo que me hicieron, sino de la tortura a la que sometieron a Jaime López Vela, mi abogado, a los padres de familia y a los niños que golpearon. Hay una niña de 15 años con golpes muy delicados y un chico con dos costillas rotas”, aseguró.Desde su escondrijo, Agustín Estrada ha recibido ayuda de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que ha emitido una Acción Urgente contra el gobierno de Enrique Peña Nieto por homofobia, tortura, violación y aprehensión por un móvil político. Sin embargo, en el segundo estado con mayores crímenes por homofobia en México, la recomendación de la ONU ha pasado desapercibida.Desde algún lugar de México, quien alguna vez fuera un querido director de escuela y hoy es considerado un criminal, recuerda lo sucedido con voz entrecortada. La ambulancia, el sótano, el pasillo en Almoloya y la indiferencia lo hacen pausar la voz para recobrar fuerza. Fuerza que, en el Estado de México, se usa para enviar a un profesor al mismo lugar donde Daniel Arizmendi pasa las noches. Fuerza que, según Agustín Estrada, lo motiva a denunciar, bajo amenaza de muerte, que en el Estado de México se puede ser delincuente y salir impune, pero nunca homosexual.

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