El siguiente testimonio podría conformar la más perversa novela de miseria humana, más sin embargo, es una cruda y reiterada realidad.
Me resulta francamente imperdonable que en no logremos avanzar en el respeto más elemental de los derechos y que afectemos la vida de los pequeños, que de repente despiertan en medio de una pesadilla, que lo despojará del padre que lo educaba y quería. El delito: ayudar humanamente al que le solicitaba ayuda. El precio: 7 balazos disparados desde la más cobarde acción que acostumbran desde el poder, como medida de represión y control.
Su vida clama justicia, reclamo que sin duda debiera presentarse expeditamente y que la medida llegara a todos los responsables. No solamente se puede considerar culpable al que acciona un arma, también detrás de los escritorios, de los Jefes y de los responsables de gobernar, sin duda hay responsabilidades y culpa. Ojalá que en verdad la comunidad internacional les pueda regalar atención y acción, a los que hoy siguen padeciendo, los peores métodos emanados desde la mezquina barbarie. ¿Cómo le explicaremos a los niños que en el mundo pueden hacer valer sus derechos y SUEÑOS?
¿Con el gobierno no se juega, y el gobierno sí puede jugar con la vida, y futuro de las familias?
Laura Tena
Elio Henríquez, corresponsal
Ojo de Agua Ocotal, Chis., 6 de octubre. “Lo mataron como a un perro; siete balazos le dieron los policías y sin deber nada, porque iba a apoyar a los heridos”, dijo Eloísa Margarita Espinosa Morales, quien vio morir a su esposo, Agustín Alfaro, y otros pobladores de Miguel Hidalgo.
“Me lo empezaron a golpear y yo le dije: ‘No llores’. Lo agarré y le besé la frente, pero lo arrastraron al monte y le dispararon”, agrega la viuda, de 24 años, quien denunció que los agentes dijeron a las víctimas: “Con el gobierno no se juega, malditos”.
La joven madre de dos niños relató que el viernes 3 su esposo, de 31 años, quien trabajaba de chofer, le propuso visitar a su suegra en Miguel Hidalgo. Al entrar al poblado, le dijeron que no fuera al centro porque estaba muy duro; pero él “no entendió y fuimos a ver a mi mamá”. Al llegar –continúa– su amigo Miguel Antonio Martínez (quien fue asesinado) le rogó: “Échame la mano, mi papá está herido”. Agustín puso reversa, el amigo subió y con él otros heridos.
Eludieron el bloqueo campesino a la entrada del pueblo y enfilaron a Comitán hacia las 18:30 horas. En el camino hallaron a varios agentes que los dejaron pasar porque llevaban heridos, pero a la altura del kilómetro 30 varios policías “empezaron a disparar hacia la camioneta y una bala le pegó a Agustín en el pie”.
Los uniformados se acercaron, gritando: “Bájate, perro”. Él les contestó: “Llevo heridos, estoy ayudando; pero le decían que se callara y lo empezaron a golpear”. A ella y otros heridos los bajaron de la camioneta. “Cubrí a mi bebé de tres años para que no viera nada. Lo único que hacía yo era rezar. Me decían que no levantara la vista. Me sentaron atrás. Me golpearon, me quitaron mis aretes a jalones, una cadena; a él su reloj y las carteras a los demás.
A rastras lo llevaron al monte. “Oí que disparaban pero no pensé que fueran balas de verdad. A dos señoras que nos acompañaban les decían: ‘Ustedes, malditas, nos agredieron’”.
Prosigue: “Yo los veía y me cacheteaban: ‘Cállense y no hablen si no quieren morir igual que estos perros, malditas’. Después le dieron el séptimo balazo a mi esposo. Fue cuando él gritó. A esa hora empezaron a pasar los policías que venían de regreso”, cuando ya habían asesinado a Rigoberto López Vázquez, Alfredo Hernández Ramírez y Miguel Antonio Martínez, cuyo padre, Miguel Martínez, iba herido en la camioneta y se salvó al darlo por muerto.
En su casa –con veladoras ante un altar con fotos de Agustín– la mujer dice que cuando su esposo y los demás habían sido asesinados, comenzaron a pasar más policías, preguntando quién había matado a la gente. Ella respondió: “Compañeros de ustedes”, a lo que uno repuso que eso no era posible.
La madre replicó: “Se los juro por la Virgencita de Guadalupe. Tengan piedad de mí”. Entonces un uniformado le indicó: “Señora, métase a la cabina, yo la cubro; soy padre y tengo hijos”. Ella esperó a que se fueran unos 300 policías para escapar y pedir auxilio; abrazó al bebé y corrió cuando estaba oscureciendo.
“Lo único que pido es justicia porque me lo mataron peor que a un animal. Siete balazos le dieron sin piedad. Como digo en mis declaraciones: Lo único que pido es justicia, ¡que se haga justicia, justicia! ¡Que paguen lo que hicieron!”, clamó.
http://www.jornada.unam.mx/2008/10/07/index.php?section=politica&article=019n3pol
martes, 7 de octubre de 2008
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario