Nos encontramos en tiempos olímpicos, donde se habla mucho
del desafío que ello conlleva; sometiendo la resistencia corpórea y mental a
los límites de lo inesperado. Así mismo, se desafía la capacidad organizacional
y de seguridad por parte de los gobiernos anfitriones, tanto para quienes
participan como para quienes les disfrutan.
Estas justas deportivas, requieren de grandes sacrificios de
las y los deportistas previos a la justa, todas ellas pensando siempre y en
todo momento en cumplir y superar las marcas-meta para cada disciplina
deportiva; en sí es el resultado de un arduo trabajo de preparación en todos
los ámbitos de las personas deportistas.
Forjándose en espacios deportivos, generalmente diseñados
para las actividades propias de los hombres, los deportes han sido siempre y
desde tiempos anteriores a los aristotélicos, en centros del poder de los hombres,
donde se desarrollan actividades demandantes del vigor, fuerza y destreza
masculina, esa masculinidad viril, heterosexual, machista, falocéntrica y, al
mismo tiempo, contemplativa para los hombres quienes hedónicatamente les
contemplan. No en un acto homoerótico, sino como monumento a esa masculinidad; delimitada
por el rendimiento.
Palabra clave para el odio y la discriminación homofóbica;
el antecedente más importante de ello, se encuentra dentro de la justificación
de la persecución homosexual de los nazis, en el discurso pronunciado aquel 18
de febrero de 1937, dictado por Adolfo Hitler, el cual da comienzo al
Holocausto Gay.
Señalando puntualmente que los homosexuales: “…hacen
encallar todo rendimiento, destruye todo sistema basado en el rendimiento” al
mismo tiempo que estereotipa al homosexual como un ser: “…débil mostrándose como
flojo en todos los casos decisivos…” lo que lleva según el discurso homofóbico de
odio estigmatizándole como un vicio, que de seguirse expandiendo en Alemania
será su fin, por tanto, se debe de combatir[1].
Ergo, cuando un deportista gay fuera del closet, logra
participar como integrante de una selección nacional en los juegos, es porque
previamente y a nivel doméstico, ha ganado con mucho esfuerzo su lugar en el,
esfuerzos que son doblemente exigidos, debido al Bullying deportivo, realidad innegable
que ha dejado marcada trayectorias de manera permanente e incluso deterioradas
por esto.
Así que, cuando una
persona LGBTTTI participa y gana en ellas, se debe visibilizar su esfuerzo por
medio de un amplio reconocimiento de su hazaña, porque en la narrativa del
discurso de odio se rompe con el estereotipo y estigmatización que sobre la
población pesa. Hablamos de una reivindicación material, de facto por un hecho
irrefutable que contra dice la justificación de la discriminación.
Esto aumentado por el escenario donde se realiza; naciones homofóbicamente
estructuradas, donde se persigue la homosexualidad por parte del Estado, ya que
ambas Coreas en este caso, le criminalizan de manera importante.
Cobra por ello mayor relevancia y sentido que ganar en
tierras profanas se doblegue a deportistas varones, masculinos, heterosexuales
que se han valido de las estructuras machistas para llegar a esos espacios de
competencia, niveles que dejan en serio entredicho sus fobias.
Demos pues guirnaldas arcoíris a nuestros deportistas, que con
su esfuerzo, entrega y valentía dan gloria a la sangre derramada por la Cultura
de odio homofóbico que les precede, y de la cual nos otorga, aunque sea momentáneamente,
un estatus diferente.
Por la conquista de nuestros derechos
C.L. Rodolfo Vitela Melgar.
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