lunes, 8 de septiembre de 2008

A ellas el apoyo las laceró por la interrupción legal del embarazo

Claudia Solera
La burocracia es el menor de los males que padecen quienes acuden al Hospital General de Ticomán del gobierno capitalino. Pacientes se enfrentan a la intolerancia y discriminación del personal. Las tratan como si fueran delincuentes, y salen juzgadas


Alejandra se frotaba su estómago cobrizo y se negaba a creer que bajo las cicatrices queloides, huellas de una reciente operación de la vesícula, tuviera algo que no deseaba. A ratos detenía sus manos y ejemplificaba su caso con el de Amelia, la protagonista del Crimen del Padre Amaro, que muere en un aborto.
Ella disuadía esas ideas fatalistas cuando recordaba la información que había encontrado en internet respecto de la despenalización del aborto en el Distrito Federal: “A un año de esta ley, sólo una muerte entre más de nueve mil pacientes”.
Las posibilidades de morir eran casi nulas. Lo único que Alejandra no leyó en páginas de internet, y que conoció como paciente del programa de Interrupción Legal del Embarazo (ILE), fue que debía formarse desde la madrugada para obtener una ficha y soportar la discriminación e indiferencia de los empleados del Hospital General de Ticomán, la clínica de la Ciudad de México, donde más se practica este servicio.
Después de esperar cuatro días entre la solicitud de ficha y una consulta médica dos días más del plazo que la Gaceta Oficial del 4 de mayo de 2007 da a las autoridades para resolver la petición, Alejandra fue notificada que tendría que esperar otros nueve días para su próxima cita, mismo tiempo que viviría con la incertidumbre de si las pastillas habían funcionado o debía volver a comenzar este proceso.
Primera estación.
Su prueba de embarazo sale positiva.
Lunes 26 de mayo.
Luego de una semana de retraso, busto crecido y ojos hinchados, Alejandra decidió comprarse una prueba casera de embarazo. Desempleada, y muy consciente del problema que enfrentaban porque el novio era casado, decidió ir al Hospital General Ticomán, de la delegación Gustavo A. Madero, uno de los 14 hospitales del Gobierno del Distrito Federal (GDF).
Alejandra creyó en el amor. Hace siete meses conoció a Octavio en el trabajo. Un joven divertido, su jefe directo, y amante del reggae. El único problema de su novio: una esposa, que según él había dejado “porque los trámites de divorcio ya estaban adelantados”, y dos hijos. Alejandra, después del romance, aprendió que “ningún hombre casado comenzando otra relación está en trámites de divorcio”.
Segunda Estación.
Alejandra se enfrenta por primera vez al personal del Hospital General Ticomán.
Martes 27 de mayo.
A mediodía llegó a Ticomán. Alejandra ya iba preparada con los requisitos (identificación oficial, comprobante de domicilio y menos de 12 semanas de embarazo) que pide el hospital para la interrupción legal, gracias a la información que obtuvo del portal del GDF en internet.
Eligió esta institución por su cercanía, porque si había algún contratiempo, podía regresar de inmediato a urgencias.
La vergüenza que sintió al entrar a la clínica era indeseable, ni siquiera tuvo voz para preguntar cómo era el proceso, así que pidió a Octavio y a la reportera lo hicieran.
Se dirigieron a Trabajo Social, porque según la página del GDF debía ir primero a esta oficina para entregar comprobante de domicilio e identificación, y así comenzar un estudio socioeconómico; sin embargo, la trabajadora social dijo que en el Módulo de Atención Ciudadana la atenderían.
En dicho lugar le pidieron que se anotara en una lista, la cual resultó más larga de lo que imaginaba: alrededor de 20 pacientes en ese día, una tercera parte del total de mujeres que en promedio van a pedir información, según la Secretaría de Salud capitalina. Alejandra, a sus 25 años, era una de las más jóvenes de la hoja, aunque el promedio de edad en ILE es de 18 a 24 años. Algunas rebasaban los 35.
En el Módulo de Atención Ciudadana, más que brindarle información sobre el proceso, le dieron una serie de advertencias:
“No vengas mañana miércoles porque sólo habrá cinco lugares, mejor hasta el jueves, que daremos 13 fichas.
“Debes llegar en la madrugada, porque a las seis de la mañana que salimos a repartir las fichas hay más gente de la que podemos atender.
“Al llegar al hospital, cuenta el número de pacientes formadas, y si ves a más mujeres en la fila del número de fichas que hay, te recomiendo regresar al otro día.
Trae comprobante de domicilio e identificación, y si no tienes credencial de gratuidad, mil 500 pesos.
“Ven con un acompañante y un testigo, si no, no te damos el servicio.”
Tercera estación.
Alejandra incumple los requisitos para entrar en el programa de gratuidad. Miércoles 28 de mayo.
Alejandra pidió a Octavio los recibos de luz o agua del departamento de su hermano porque ella vive en el Estado de México, y para hacerse acreedora a una gratuidad debía vivir en el Distrito Federal.
Una vez conseguidos los recibos de una casa en Azcapotzalco, fue a Montevideo a tramitar su tarjeta de gratuidad, pero para interrupción del embarazo no había. “Ésas, como son muy escasas, sólo se las damos a los pacientes que las aprovecharán mejor, como los enfermos crónicos o terminales”, le dijeron.
Alejandra tenía menos de 24 horas para reunir mil 500 pesos.
Cuarta estación.
Alejandra madruga para alcanzar ficha.
Jueves 29 de mayo.
Cuarto día de insomnio. A las 2:30 horas puso el despertador. La noche pasada había dicho en su casa que acompañaría a Octavio con sus primos. En la maleta, que preparó para someterse a ILE, guardó dos mudas de ropa deportiva, cinco calzones por si tenía hemorragia, y un paquete de toallas nocturnas. Esa maleta sólo se paseó en el Hospital General de Ticomán.
Quinta Estación.
Una más en la fila y Alejandra se queda sin ficha.
Jueves 29 de mayo.
A las 3:30 horas salió después del silbido de Octavio. La chamarra y sudadera no le servían para menguar el frío que le calaba.
“No era por la temperatura sino por la angustia de someterme a algo desconocido y arriesgado.”
A los 15 minutos estaba en el hospital. Se formó a tiempo (3:45 horas) para ver cómo cada media hora llegaban más y más mujeres.
Contó 12 pacientes. Ella era la número 13 y la última que por regla tenía derecho a ficha, pero cuando salió el encargado de repartirlas a las seis de la mañana, Alejandra obtuvo la número cinco. Había logrado al fin, un lugar para que interrumpieran su embarazo.
Algunas pacientes formadas antes que ella, fueron rechazadas porque les faltaba un documento, un testigo o porque sólo iba su acompañante a hacer guardia para obtener la cita “y sin paciente presente no hay ficha”.
Mientras Alejandra recibía su número, apuntó sus datos en una lista y la misma persona que le dio su ficha le preguntó por qué quería abortar. Ella respondió tajante: “Porque no lo quiero”, no estaba dispuesta a dar más explicaciones a un extraño que ni siquiera era el médico que la atendería.
“¡Pues eso vas, y se lo dices al doctor!”, rezongó el trabajador.
Alejandra, agotada por este viacrucis que apenas iniciaba, pensó “¿por qué no con tronar los dedos puedo lograr que acabe todo?”
Sexta Estación.
¡A pagar el servicio!
Jueves 29 de mayo.
A las 6:30 horas entró al hospital e intentó seguir las indicaciones que le dieron. Pagar en caja los servicios: ultrasonido, 206 pesos; banco de sangre, 20 pesos; general de orina, 33 pesos; laboratorio, 52 pesos. Total: 311 pesos. Ir al ultrasonido. Por último, pruebas de laboratorio.
Séptima Estación.
Alejandra espera siete horas para un ultrasonido.
Jueves 29 de mayo.
Las 13 embarazadas se movían en el hospital una detrás de la otra, como patitos, sin perder la formación. Al principio, entre ellas, había un silencio incómodo, la mayoría iba apenada y prefería callar.
Después de pagar los servicios, Alejandra llegó al área de ultrasonido, donde debía ir primero, pero el doctor en turno no atendió a las pacientes de ILE.
“Yo no les voy a hacer el ultrasonido. Sólo cubro el turno de la noche, esperan al doctor de la mañana”, les dijo.
Pasaron dos horas. En ese tiempo Alejandra comenzó a compartir su experiencia con las mujeres que estaban ahí. Calculaban las semanas de embarazo y exponían por qué no querían ser madres. También bastaron dos horas para enfrentarse a los malos tratos del personal del hospital.
Cuando Alejandra subió al segundo piso a preguntar por el doctor, la enfermera gritó: “¡Qué no entienden que no está y que yo les voy a avisar cuando llegue. Bájense!”
Para evitar seguir preguntando, Alejandra invirtió las indicaciones que le dieron. Fue al laboratorio.
“Ahí te tratan horrible, y como saben a qué vas, te discriminan. Te ven y de inmediato te ordenan ‘quítese la chamarra’. Y al pincharte, lo hacen brusco, sin el más mínimo cuidado, sienten como si te hicieran un favor”, relató una paciente, que todavía cuatro días después de la prueba de sangre tenía un moretón en el antebrazo.
Alejandra recibió su probeta y fue a entregarla al banco de sangre, donde le preguntaron “¿y a qué viene?”, y sin dejarla responder ellos mismos se contestaron: “¡Aaaaahhhhh, de ILE!, déjelo y váyase a donde la mandaron.”
Por fin, a las 8:30 horas, el doctor, quien supuestamente debía hacerle el ultrasonido, abrió la puerta del consultorio; pero al ver formadas a todas las pacientes de ILE, dijo:
“No, yo no les voy a hacer nada, regresen con el médico del turno de la noche.”
Alejandra se sentía humillada
. Otra vez integradas como patos, regresaron con la enfermera, quien resolvió rápido la negativa del doctor: “Espérenlo afuera de su consultorio hasta que él quiera atenderlas.”
Hasta después de tres horas y media, y del reclamo de una madre que acompañaba a su hija, las comenzó a pasar. Pero Alejandra tampoco tuvo suerte, la mandó a tomar agua. Fue la última persona del turno en hacerse el ultrasonido.
Octava Estación.
Alejandra debe argumentar por qué desea interrumpir el embarazo.
Jueves 29 de mayo.
La ecografía mostraba que tenía seis semanas de embarazo.
Con los papeles en mano se dirigió con una doctora para que le diera fecha de intervención, pero antes de obtener una respuesta tuvo que someterse a un incómodo interrogatorio.
—¿Por qué quieres abortar?
Porque no tengo trabajo –dice la paciente.
—¿Y por qué no te consigues uno? insiste la doctora.
Sí, pero no estoy casada.
—¿Y por qué no te casas?
Porque mi novio no está divorciado.
—¿Pero, por qué no eres mamá soltera?
Porque en mi religión (cristiana) no lo ven bien.
Alejandra por dentro se cuestionaba molesta “por qué si este es un trámite legal y los doctores están obligados a ayudarme, me tratan y me interrogan como a una delincuente”.
La doctora al concluir su cuestionario, le confirmó a Alejandra que por su tiempo de embarazo tomaría pastillas (misoprostol), aunque le dirían “¡hasta la próxima consulta!” cómo usarlas. Pero si tenía cualquier hemorragia o fiebre, debía ir a urgencias.
Novena Estación.
No hay consulta hasta dentro de cuatro días.
Jueves 29 de mayo.
Llevaba casi 12 horas en el Hospital General de Ticomán.
La trabajadora social a través de un estudio socioeconómico, en el cual supo que Alejandra era desempleada, determinó que el servicio de ILE le costaría mil 46 pesos.
Con el recibo de pago, Alejandra se dirigió al área de citas para pedir una consulta al día siguiente (como en la entrevista la doctora había acordado con ella), pero debido a que el ultrasonido se retrasó varias horas, se agotaron las citas del viernes, así que la consiguió hasta el lunes a las nueve de la mañana.
Décima Estación.
Mientras Alejandra espera para la consulta, llega una paciente con los resultados de un ultrasonido después de tomarse las pastillas: producto muerto retenido.
Lunes 2 de junio.
Alejandra llegó minutos antes a la cita. En la sala de espera se encontró a Mónica, quien hacía diez días había tomado su primera dosis de medicamento (ocho pastillas de misoprostol).
Alejandra lo primero que preguntó fue “¿y funcionan?” Mónica, con un gesto de fracaso, mostró la ecografía que acababa de hacerse, y en voz alta leyó el resultado: “Producto muerto retenido”.
Después de revisar los análisis de Mónica sintió pánico. Sabía que en unos días podía estar como ella. Las probabilidades de fallar con la primera dosis eran altas, más de 50 por ciento, según estadísticas del gobierno capitalino.
Alejandra se incomodó por la forma de trabajar del doctor. Para escuchar su ritmo cardiaco, la obligó a levantarse la chamarra y la blusa por encima del sostén y le permitió bajarlas hasta que terminó de redactar el expediente.
Después, en una receta, el médico escribió el nombre de un antibiótico y analgésico para acompañar al misoprostol. También señaló los datos de alarma que estaban impresos en la hoja y que Alejandra debía valorar para esperar hasta la próxima consulta o asistir a urgencias.
Síntomas de Alarma:
“Sangrado más de seis toallas en cuatro horas, fiebre que dure más de un día, dolor abdominal intenso que no ceda con analgésico.”
Por último, Alejandra intentó resolver sus dudas. ¿Pero cómo puedo saber si mi sangrado es normal o no, cómo tomar de base unas toallas femeninas?, Oiga ¿Y si se tardan para darme otra consulta, puedo ir con mi doctor de cabecera para que me diga cómo voy? “No, si descubrimos que acudiste a otra institución, de inmediato te cancelamos el servicio”, amenazó el galeno.
Tampoco confesar a sus hermanas el problema en el que estaba metida y pedir a varios familiares cuatro mil pesos para ir a una clínica privada donde el mismo día la atendieran. Nueve días más para ella “hubieran sido una tortura”.
El dinero lo puedo recuperar, pero la frustración que te hacen vivir en este sistema de salud, y que seguiría sufriendo de concluir el proceso ahí, nunca.”

http://www.exonline.com.mx/diario/noticia/primera/especiales_nacional/a_ellas_el_apoyo_las_lacero_por_la_interrupcion_legal_del_embarazo/345271

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