Por: Jorge Javier Romero
La muerte de Gilberto Rincón Gallardo ha provocado una cantidad ingente de elogios a su persona y a su trayectoria. Sin embargo, muchos de ellos se han enfocado erróneamente en una supuesta defensa de los derechos de las minorías como la causa de su vida.En obituarios y artículos hemos leído y escuchado que Rincón era un luchador de la causa de los discapacitados, como si ese fuera el rasgo distintivo de una biografía política que empezó en 1958.
Formado por los jesuitas en el Instituto Patria, resultaba natural que Gilberto se iniciara en la política opositora en la campaña de un hombre de la derecha, Luis H. Álvarez, candidato presidencial del PAN en aquel año después de haber sido un importante contendiente por el gobierno de Chihuahua dos años antes. Sin embargo, la militancia panista no convenció al joven Rincón, pues unos años después ingresó al Partido Comunista, sin duda influido por el ambiente generado por la revolución cubana. Desde entonces, el eje de su acción política sería el de la búsqueda de la igualdad, aunque muy pronto encauzaría sus objetivos por la vía de la democracia y el reformismo, no por el de la revolución.
Rincón fue un hombre de la izquierda mexicana, de la que contribuyó sustancialmente a la transformación democrática del país sin renunciar a objetivos de solidaridad y a la reducción de la abismal diferencia entre ricos y pobres que había dejado como resultado el régimen del PRI. Muchas de las hagiografías publicadas en estos días lo quieren presentar como un personaje dócil, de la izquierda buena, antecedente de los chicos que presumen de no poner barricadas. Se les olvida que el antiguo régimen no lo consideraba tan suave y apacible cuando lo detuvo en cerca de 40 ocasiones y que estuvo preso por cargos absurdos durante dos años a partir de los días del movimiento estudiantil de hace cuatro décadas.
Me tocó hacer política con Gilberto en tiempos interesantes. Juntos, en momentos de gran soledad, cuando muy pocos confiaban en nuestro proyecto, Ricardo Raphael, él y yo impulsamos la construcción de Democracia Social y nos mantuvimos en la idea incluso cuando otro de los impulsores, días antes el más entusiasta, simplemente decidió aceptar un alto puesto en el gobierno de Ernesto Zedillo.En esos tiempos discutí mucho con él, coincidimos y disentimos. Por momentos estuvimos muy lejos en nuestras respectivas posiciones, sobre todo cuando decidió ser candidato del partido a la presidencia de la república, mientras otros considerábamos que su papel sería más relevante como legislador, mientras que la campaña la deberíamos enfrentar con una candidatura capaz de representar con mayor claridad la novedad y frescura de nuestra agenda, que no era, insisto, la de las minorías; se trataba de un proyecto de transformación democrática del país a partir de los derechos de todos, lo cual implicaba el reconocimiento de la diversidad de la sociedad mexicana, de sus múltiples causas y de sus muchas discriminaciones.
La igualdad construida desde los derechos. La discusión en aquellos tiempos fue ríspida. Sin embargo, nunca pretendió Gilberto la eliminación de sus adversarios, la imposición autoritaria de una mayoría excluyente. El partido tomó decisiones democráticamente y los que defendíamos entonces la candidatura de Patricia Mercado perdimos por muy poco. Rincón Gallardo de inmediato reanudó el diálogo y se dispuso a hacer una campaña adecuada a la agenda programática que hasta entonces había desarrollado Democracia Social.
No le fue fácil al principio entender que lo nuestro no era ir a hablar de los mismos temas que los demás candidatos, que teníamos que llamar la atención con temas excéntricos. Le costó trabajo hablar de aborto, de derechos de los homosexuales, de legalización de las drogas, de esa agenda pinky tan despreciada por los pretendidos socialdemócratas de hoy.
Él quería enfrentar al tripartidismo empantanado en sus propios términos; nosotros queríamos derrotarlo desde los nuevos temas de la sociedad mexicana.La preparación del debate entre todos los candidatos, en abril de 2000, fue el momento de las definiciones. Y Rincón le entró a la estrategia. Colectivamente construimos sus participaciones y con él decidimos la estrategia y la imagen para el único momento de equidad que hubo en aquella campaña polarizada y dominada por el dinero en la televisión. Ahí demostró Gilberto que era diferente a los demás candidatos, no por su apariencia física, sino por su congruencia y su dignidad.En aquel debate, por cierto, jamás habló de discapacidades. Habló de derechos, de justicia, de distribución de la riqueza, de transformación del Estado. Y habló de diversidad y de convivencia. Algo ocurrió con su presencia ante la mirada de millones de mexicanos que, sin embargo, se le identificó como un representante de las minorías. Sin embargo, Rincón nunca se consideró minoría. Se sentía, por el contrario, parte de la mayoría de los mexicanos insatisfechos con una política incapaz de satisfacer sus necesidades y sus anhelos.
Después de la campaña vinieron nuevas diferencias entre nosotros. No compartí su idea de colaborar con el gobierno de Fox, aunque la causa de la lucha contra toda forma de discriminación había surgido de nuestra campaña. Nos fuimos alejando, además, por otras discrepancias en torno a la construcción del siguiente esfuerzo partidario. Pero nunca Rincón anatematizó a quienes no coincidían con él ni pensó en purgas de sus adversarios, como hacen algunos pequeños tiranuelos de opereta que hoy se pretenden socialdemócratas.
En los días de la campaña de 2000 el poeta Aurelio Asiain, hábil malabarista del lenguaje, convirtió los apellidos de Gilberto en Esquina Digna. Al final de cuentas, ese retruécano lo define: una arista de dignidad en medio de una política degradada y llena de especuladores y aventureros.
jorgejromero@mac.com
http://www.cronica.com.mx/nota.php?id_nota=382684
miércoles, 3 de septiembre de 2008
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