09-Feb-2009
Razones
Jorge Fernández Menéndez
La confirmación de que el padre Marcial Maciel tuvo por lo menos una pareja y un hijo, si bien no constituye la confirmación de los abusos de los que fue acusado desde hace años por varios antiguos integrantes de la orden de los Legionarios de Cristo, sí demuestra que la entereza que se pregonaba para defender a Maciel de esas acusaciones era, por lo menos, infundada.
La información, que publicó originalmente The New York Times, no fue desmentida por el vocero de la orden y su director ejecutivo, Álvaro Corchera, está recorriendo los distintos países en donde los Legionarios tienen presencia para explicar la situación. En los hechos, no sólo es una derrota, en muchos sentidos, de Maciel, acabadas ya definitivamente sus ambiciones (o la de un grupo de sus seguidores) de poder trascender, sino también lo es de quienes, cuando se presentaron las denuncias originales sobre distintos tipos de abusos, prefirieron acusar de un complot contra la orden y su fundador a las víctimas y a quienes se hicieron eco de ellas sin reflexionar ni investigar sobre la verosimilitud de las denuncias. Hace una década la respuesta fue cerrar el debate, la información, la discusión sobre el tema. Hubo enormes presiones, políticas, económicas y sociales, para que no se siguiera avanzando en la discusión.
Las conspiraciones algunas veces existen, otras se trata, simplemente, de una conjunción de hechos que se concatenan y se alimentan recíprocamente. Las acusaciones contra el padre Maciel no eran parte de una conspiración ni en su contra ni contra los Legionarios de Cristo, que tiene numerosos miembros dignos de su fe. Era una denuncia basada en el dolor y la indignación de hombres que habían creído en un liderazgo que simplemente había abusado de ellos. En última instancia se trataba de un capítulo más del aprendizaje que debemos adoptar como sociedad, de la necesidad de una mayor tolerancia, más comprensión y mejor búsqueda de diálogo. En una encuesta que publica la revista Nexos este mes, no deja de ser francamente preocupante que, por ejemplo, más de un tercio de la población considere a un político conciliador como un traidor. Sería absurdo si no fuera una realidad.
Y con esa intolerancia va de la mano, también, la aceptación de la mentira o la ilegalidad como parte de objetivos personales, políticos o de grupo. Eso es lo más grave del caso del padre Maciel: sus abusos y errores son personales, pero para defender una organización, una visión de la vida y de las cosas que no tendrían por qué verse afectadas por las culpas y los daños causados por uno de sus integrantes, se ejecutó una defensa a ultranza del mismo que ha terminado, ahora, dañando a todos, a las víctimas y a quienes defendieron al victimario.
Y ello se repite una y otra vez en nuestra vida cotidiana como sociedad: López Obrador vuelve a violar la ley, en este caso la de su partido, y nadie osa exigirle que cumpla con ella. Hace propaganda por otros partidos y los dirigentes del PRD dicen que “no están locos” como para exigirle que cumpla con las normas internas. Si no se lo exigen a él que fue su presidente nacional y su candidato presidencial, ¿con qué autoridad moral se lo pueden exigir a cualquiera de sus militantes? Ya lo habían hecho antes cuando se defendió a López Obrador cuando fue candidato al DF, pese a que no cumplía con los requisitos legales para serlo. Lo denunciaron en su momento los propios perredistas, pero se llegó a un acuerdo político para violar la ley y permitirle competir. Se volvió a presentar la situación cuando fueron los videoescándalos o después el desafuero: era evidente que en el primer caso López Obrador había, por lo menos, tolerado las violaciones a la ley de su equipo más cercano y, en el segundo, que él mismo no había acatado una orden de la propia Suprema Corte. Violó la ley y quedó impune, y lo consiguió con un discurso desafiante e intolerante, sin que mediara ni siquiera un reconocimiento de sus errores. Si esos son los líderes, ¿por qué entonces le podemos exigir a la gente que actué de otra manera?
Se podrá decir que esas normas no se adaptan a la realidad, pero entonces lo que se debe demandar es que se modifiquen las reglas, mas no que se las viole con impunidad y que esa violación sea defendida por los mismos que condenarían por esos mismos hechos a sus adversarios.
El caso del padre Maciel también es reflejo de ello. Humanamente se puede comprender, por ejemplo, que haya tenido un amorío y concebido un hijo (por supuesto que no los abusos denunciados con anterioridad), pero, ¿no se debería entonces, antes de tratar de ocultar los hechos o de defender una norma, el celibato, cada día más alejada de la realidad, revisarla? A fines de los años 70 fue célebre el caso de un grupo de monjas belgas que fueron secuestradas y salvajemente violadas en el Congo. Quedaron embarazadas y se les autorizó, en esos años, a realizarse un aborto. ¿Por qué condenar a una mujer que sufre una violación y no desea tener a ese hijo? La Iglesia no acepta el divorcio, sin embargo todos sabemos de una enorme cantidad de parejas que han obtenido la disolución de su vínculo religioso mediante diferentes gestiones ante la Rota Romana. ¿Por qué no aceptar que no necesariamente una pareja puede durar toda la vida, sin que ello viole algún principio de fe?
Lejos de los linchamientos y de los autos de fe (que también se practican fuera de las distintas religiones) el caso del padre Marcial Maciel debería servir para que reflexionemos, todos, sobre los límites de la tolerancia, de la aceptación del otro, del respeto a las leyes y las normas, de los daños del integrismo. Y, sobre las defensas a ultranza de personajes que en muchas ocasiones sencillamente se equivocaron, fallaron, a los suyos y a los otros
http://www.exonline.com.mx/diario/columna/500923
martes, 10 de febrero de 2009
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