domingo, 26 de agosto de 2007

S e x u a l i d a d

Patricia Kelly
26 de agosto de 2007
La educación sexual nos ayuda a alcanzar una mejor calidad de vida
El contacto cotidiano con el pensar y sentir de las personas a través de la radio, no deja de sorprenderme, de estrujarme; me lleva a reflexionar sobre todo lo que tenemos qué hacer por las personas que nos brindan su atención.
Yo lo puedo curar
Carlos es un varón de 27 años. Pasó dos semanas internado en un hospital siquiátrico por un episodio depresivo mayor que lo llevó a atentar contra su vida.
Cuando lo dan de alta, le sugieren que junto con su tratamiento farmacológico, lleve una sicoterapia y que juntos, medicamento y apoyo profesional terapéutico, le ayudarían a superar rápido y eficazmente su enfermedad. Buscó un siquiatra que lo apoyara y encontró una que además era sicoanalista. Después de cuatro sesiones él habla de su homosexualidad reprimida por muchos años y ella le respondió que lo podía curar.


No es la primera vez que escuchamos esta salvajada, la afirmación de que la homosexualidad se cura. Falso. No es una enfermedad, por lo tanto no se cura. Lo que sí se puede curar es la ignorancia de esta siquiatra que resulta una amenaza para sus consultantes. Ella puede estudiar sexualidad humana y darse cuenta de su gran ignorancia y sus falsas creencias sobre el tema.

No se trata de actos de fe, se trata de hechos científicos, de investigaciones realizadas en todo el mundo. El estudio y la investigación de la sexualidad no han dejado de crecer desde mediados del siglo pasado; ya sea desde la terapia sexológica, la investigación para nuevos fármacos o el análisis preciso de nuestras conductas y actitudes frente a la sexualidad.

Lo he comentado en otras ocasiones, tiene muy poco tiempo que en algunas, sólo en algunas, universidades se ha incluido la materia de sexualidad humana en las carreras de medicina o sicología. Con esto quiero decir, que muchas generaciones de ginecólogos, internistas, urólogos y demás, se han titulado sin conocer científicamente a la sexualidad. Sé que le cuesta trabajo creerlo, pero así es. Y si para algunas especialidades médicas es indispensable el estudio de la sexualidad, lo es en mayor medida para quien desee desarrollar un trabajo terapéutico, donde se trabaja precisamente con la esencia humana.

Al consultorio no podemos llevar nuestras creencias infantiles, ni los miedos con los que nos hicieron crecer para controlarnos y llenarnos de culpas. Quien desee ayudar a otros lo tendrá que hacer de manera ética, no reproduciendo sus propios prejuicios y, sobre todo, respetando la libre decisión del consultante.

Nomás catorce puñaladas


La forma en que me miro como mujer, la manera en que acepto que me traten, la idea que tengo de mi vida en pareja tiene que ver con mi historia de vida y mi educación sexual. A Sandra la educaron para obedecer y servir a su hombre. Su madre le dijo: “yo a tu padre no lo dejaré aunque me arrastre por las calles, aunque me maltrate”. Y claro, la joven de 19 años se “encontró” un hombre igual a su papá.

A los pocos días de casados su actitud cambio. Dejó de ser el hombre amable, y un tanto cariñoso que Sandra conoció; al contrario se hizo seco, autoritario y enojón permanente. De 10 años de matrimonio, 8 lo pasaron durmiendo en habitaciones separadas, la vida sexual era pobre y la afectiva no existía. Tuvieron un hijo que hoy tiene 8 años y cuando ella habló de su malestar y su infelicidad él le advirtió: “el día que me dejes te mato”.

Ella no solamente intentó dejarlo, sino que inició otra relación con un hombre 30 años mayor que ella, que al saberla embarazada la dejó. El esposo de Sandra dejó de trabajar y vivían de lo que ella aportaba a la casa, pero su deseo de acabar con aquella relación la hizo “merecedora” de 14 puñaladas que alcanzaron a perforarle un pulmón. “Me lo merezco, yo lo provoqué”, “no valgo nada, merezco morir”, con esas palabras se comunicó a la radio para tratar de aclarar su confusión: “no sé qué hacer, no quiero volver con él, pero me presionan y me dicen que es mi marido”.

Puede parecernos una anécdota que serviría de argumento para una telenovela barata, pero no, es una de las historias de nuestra realidad. Hoy, en pleno siglo XXI siguen transmitiéndose verbal o actitudinalmente mensajes de sometimiento y obediencia para unas, de maltratadores y violentos para otros.

Las necesidades afectivas y sexuales de las mujeres pueden quedar en segundo plano a los ojos de hombres ignorantes y violentos que no ven en la sexualidad sino la posibilidad de reproducirse, de “trascender mediante un hijo”, o sentir que tienen el poder absoluto sobre otra persona.

La educación sexual es necesaria para hombres y mujeres, ambos tienen el derecho a tener una mejor calidad de vida. La educación sexual no se limita a conocer algunas posiciones sexuales, o a tener determinado número de coitos, esta abarca todas las áreas de nuestra vida: el género, la pareja, la familia y por supuesto los sentimientos, las emociones y los afectos.

Cuando se piensa que la educación sexual es igual a coito eso nos habla precisamente de la pésima educación que hemos recibido en esta área importantísima de nuestra vida. Hablar de derechos sexuales y reproductivos, de valores universales y de derechos humanos, es también otra parte de esa educación integral que requerimos.

La educación sexual nos ayuda a diario y ha demostrado su eficacia en el control de la natalidad, en el cuidado de la salud genital, en la corrección de disfunciones sexuales, en el combate hacia la homofobia y la misoginia, en la aceptación de la diversidad sexual, y en el control sobre el VIH y otras infecciones de transmisión sexual. Mejora nuestra calidad de vida y nos brinda un contacto directo con el bienestar, nos abre las posibilidades de disfrutar de nuestro tránsito por esto que llaman vida.
patricia.kelly@eluniversal.com.mx

http://www.eluniversal.com.mx/columnas/66987.html


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