martes, 10 de febrero de 2009

¿Y la hija?

Rosaura Barahona
10 Feb. 09

Con frecuencia nuestro clasismo o discriminación (involuntarios o no) se reflejan en nuestro discurso oral y escrito. Muere una nana junto con el bebé a su cargo y la noticia se concentra en el bebé, como si la nana fuera una extensión inanimada o meramente utilitaria de alguien que sí cuenta.
Los secuestros, la violencia familiar, los accidentes y los fraudes, entre otras cosas, llaman más la atención entre mayor altura social tengan los involucrados en ellos. Esto tiene que ver con nuestra cultura, pero también con cada uno de nosotros. Y no es fácil sobreponerse a tal deformación.Por eso, a raíz de la aceptación ineludible de la doble vida de Marcial Maciel, me ha llamado la atención cómo todo se concentra en él y nadie pregunta por la hija o por la madre de la hija, una señora a quien seguramente se le acusará de haber tentado y seducido al casi santificable legionario.

Al concentrarse en Maciel enfocan el problema sólo desde una perspectiva cuando todo problema siempre tiene varias.Las órdenes religiosas enseñan (o deberían enseñar), entre otras cosas el amor, la compasión, el perdón y la igualdad de todos ante los ojos de Dios.
El amor va de lo erótico a lo místico, pasando por diferentes gradaciones como admiración, estima, afecto, cariño, pasión, amor loco, platónico o contemplativo.
A muchos católicos se nos enseñó que todo lo vinculado al espíritu o al alma era bueno, pero no así lo vinculado a lo carnal. Y eso ha provocado problemas tanto en religiosos como en laicos.
Entre otros, el polémico celibato y la pederastia destapada no hace mucho, a pesar de haber existido desde siempre.

En cuanto a la igualdad, los legionarios parecen tener una categoría exclusiva para Maciel, otra para los del Reino de Cristo y otra para los demás. O sea, todos somos iguales, pero unos somos más iguales que otros.
La compasión no es sentir lástima de alguien, sino entender su circunstancia con empatía, de modo que nuestro corazón se abra a su dolor y lo acepte casi como propio.
Maciel exhortaba a su rebaño a ¡Vivir en la verdad!, mientras él se acomodaba hedonista e hipócritamente en la mentira. Por eso el dolor de los legionarios es auténtico; nunca se lo esperaron.Y por lo mismo, me intriga que nadie se haya ocupado de la hija de Maciel y de su amante, la madre de ésta, a quien embarazó y con quien procreó "al menos un hijo" (según algunas notas).

¿Quiénes son?
¿En dónde viven?
¿Cómo viven?
¿Iba Maciel a hacer visitas conyugales y paternales, o las abandonó, como millones de mexicanos abandonan a su amante tras embarazarla?
¿Les construyó una casa?
¿Cómo se han mantenido, se mantienen y se mantendrán a partir de ahora?
¿Se revisarán las cuentas de Maciel, a quien no se le pedía ni un recibo, a pesar de los miles de euros que sacaba periódicamente de la Legión?
¿Quiénes sabían y callaron?

Para vivir en la verdad, se debe aclarar todo.Hace poco fue el Encuentro Mundial de las Familias en el DF. Los organizadores son los grupos más conservadores e inflexibles del País. Coincidimos con ellos en la importancia de la familia para la felicidad y satisfacción personales y, también, para la salud social.Sin embargo, ellos no aceptan ningún tipo de familia que no sea el nuclear: padre y madre casados y con hijitos.

¿Cómo clasificarán, ahora, a la no familia de Maciel?
¿Se hará una excepción en este caso?
Si juzgan con dureza a quienes no tienen una "familia", ¿serán congruentes y lo juzgarán de igual modo a él?

En el tiempo mítico coinciden el tiempo profano y el sacro. El profano es lineal, abierto e irreversible y en él existe un ayer que fluye al hoy que anuncia el mañana. El sacro es cíclico y, por lo mismo, no hay un ayer ni un ahora ni un mañana. Todo confluye en el mismo momento, siempre. A Maciel se insistió en ubicarlo en un tiempo sacro, pero él habitaba el profano como cualquier mortal.

Maciel invitaba a vivir la Verdad con mayúscula (la única, según los legionarios), pero ocultó sus vicios, reprimió a las víctimas de sus abusos sexuales, usó recursos sin rendir cuentas y escondió a su hija y a su amante. Es decir, no vivió la verdad ni con minúscula. Dura realidad. Ojalá sirva para algo bueno.
rosaurabster@gmail.com
http://www.elnorte.com/editoriales/nacional/473/945360/default.shtm

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