sábado, 26 de enero de 2008

Política social humanista

Por Oscar Barba
26-I-08
La política social[1] debe responder a ciertas nociones esenciales que la guíen independientemente del programa en que se materialicen, siendo la universalidad e impacto su visión fundamental. Debe atender situaciones referidas a construir una institucionalidad sólida que le permita desplegar sus acciones, ubicar con oportunidad los recursos indispensables, utilizar el instrumento de la focalización y métodos adecuados de monitoreo y evaluación.

Urge entender -sin apasio-namientos- el alcance del concepto universalidad, tan mentado en los gobiernos de Latinoamérica y que en la práctica gene-raron servicios excluyentes y estratificados. Se visibilizaron grupos excluidos de toda cobertura y se prodigaron servicios que varían en monto y calidad de acuerdo al sector social del que provenga el beneficiario. que calzaría fluidamente en el paradigma residual y deslocalizado dominante; así, la típica política social busca defender a la población en condiciones de pobreza a la par de reducir y prevenir la misma, y claramente se trata de incorporar a los circuitos de producción a la población en riesgo de caer en la indigencia.
Se trasluce la preeminencia del mercado y la foca-lización de la ayuda al residuo de la población: es decir los más menesterosos, una política social se articula a lo económico, teniendo como telón de fondo la competitividad.
Las dos líneas estratégicas tradicionales: la primera buscaría invertir sostenidamente en capital humano, auspiciando la protección social y optimizando temas como la educación y la salud; la segunda línea estratégica buscaría la inclusión productiva del capital humano desarrollado. Se enfatiza el aspecto de que lo social no puede reducirse al asistencialismo, sino los programas deben prodigar la posibilidad de empleo, capacitación y microfinanciamiento.

La palabra clave para generar universalidad humanística, se basa en la identificación y superación de las necesidades “reales” de las personas, por supuesto si la realidad alberga individuos con disímiles situaciones socioeconómicas es loable realizar una discriminación positiva, aplicar las políticas respectivas y ulteriormente devolverlos al todo social para que compitan -ahora sí- en un esquema de igualdad de condiciones.

Al hablar de discriminación positiva nos referimos a la utilización del instrumento de focalización, que en no muy pocas ocasiones levantó agrias disputas en cuanto a que contradice el espíritu de universalidad, pero más bien este instrumento a través de la identificación de la población más vulnerable, permitiría atender sus necesidades e “igualar” sus oportunidades con relación al resto de la población y obtener un universo social homogéneo, al menos en las exaltaciones más básicas que requiere el ser humano.

Es que universalizar no implica ofertar indistintamente servicios sociales por doquier a pretexto de la ansiada unidad social, la foca-lización es el instrumento por excelencia para que la cobertura llegue a todos, para que la cobertura sea universal. Pero este enfoque de universalidad no debe pretender ubicar solamente a quienes viven en la más absoluta pobreza, se debe superar el paradigma presente, que residualiza la pobreza y solo cree en el poder del mercado, como repartidor de bienestar.

Esta tendenciosa reducción a entender lo social como pobreza extrema, necesidades básicas insatisfechas o una mixtura, debe ser redireccionada hacia la consecución de derechos sociales universales. Tarea ardua para la Asamblea.

[1]Sojo, Carlos. Desarrollo Social en América
Latina: Temas y desafíos para las políticas públicas. FLACSO, 2002. Costa Rica. Capítulo I.
http://www.lagaceta.com.ec/site/html/dominical.php?sc_id=12&c_id=101&pg_id=35056

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