miércoles, 23 de abril de 2008

De discriminados y discriminadores

El nuevo Yucatán
Valentina Boeta Madera“Fuera provincianos”. Así se leía diez años atrás en la cabina de un teléfono público en el sur de la ciudad de México.En esa época, en la capital del país escuché a una mujer hablar con otra sobre uno de esos provincianos del Sur, de quien decía “ya sabes cómo son... morenos...”, mientras descomponía el rostro en un gesto como de quien habla con asco risueño de un defecto.

En Mérida, cuando era universitaria, una tarea me llevó a pedir a una mujer —procedente de otro estado— su opinión sobre los yucatecos. Por respuesta recibí una descripción puntual de vicios de personalidad (“son sucios”) que, según se hizo evidente conforme la charla avanzaba, la entrevistada infería a partir de la forma de comportarse de su hija política.Que nos juzguen y rechacen por el lugar donde nacemos nos produce ardor en las venas.
Entonces,
¿por qué nos sentimos tan cómodos cuando, disfrazados los prejuicios con la máscara de la preocupación comunitaria, decimos que “la violencia en Mérida es culpa de los fuereños”, “todos los chilangos se sienten conquistadores” y “para que sea una verdadera Orquesta Sinfónica de Yucatán la deben integrar yucatecos...”?
¿Hay acaso que admitir que la patanería lleva certificación de origen y, por tanto, no son los necios los que tienen nacionalidad sino los gentilicios los que producen estupidez?
¿Habrá que hacer olvidar a quienes nacimos en Mérida antes del auge demográfico por la adopción de inmigrantes que la delincuencia ya existía por nuestra propia mano cuando éramos niños, y cuando nuestros padres y abuelos, y sus padres y abuelos eran niños?
¿Será que triunfar en el exterior es derecho exclusivo de los yucatecos, que a cambio en su Estado sólo deben reconocer el éxito de quienes comparten su origen?
Deberíamos entonces traer de regreso a todos los inmigrantes yucatecos que viven más allá del Río Bravo porque
¿cómo defender su permanencia en suelo extranjero si es verdad que, por el solo hecho de serlo, los fuereños —como ellos son en el país de acogida— incrementan la delincuencia y amenazan la cultura de los locales?
“Pero sí hay extranjeros que se sienten superiores”, “sí hay gente de otros estados que quiere imponer sus costumbres”, dirán algunos.
Constitución Mexicana, artículo primero, tercer párrafo: a la prohibición de “toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género, la edad, las discapacidades...” no la apostilla “excepto cuando se trata de gente presumida, de moral relajada, prepotente o antipática”.
La discriminación no se define como práctica de rubios contra morenos, de habitantes de naciones de Primer Mundo contra los de economías en desarrollo. Se le diagnostica cuando la condición y el origen del otro son argumentos para tratarlo como inferior y, sí, también estadounidenses, españoles, argentinos —ricos o clasemedieros— pueden ser víctimas de discriminación en el Yucatán del que sus glorias cantamos, y sí, también capitalinos, regiomontanos y tapatíos —agradables o irritantes, solidarios o petulantes— pueden ser injustamente excluidos por los yucatecos que en voz alta nos declaramos bien pensantes.
Recelar de los demás por su procedencia es una práctica de riesgo para nosotros mismos, que en un mundo de endebles fronteras físicas y, aún más, culturales somos —lo sepamos o lo queramos— forasteros en casa: usamos el teléfono para conectarnos con puntos remotos, ingresamos a salones de “chat” internacionales, el televisor nos proyecta la vida que ocurre más próxima o alejada de casa. Y con frecuencia somos esos “de fuera” que luchan contra los prejuicios de habitantes de un país, estado o municipio diferente del nuestro.
Admitir que es válido el rechazo a connacionales y extranjeros según nuestro criterio de calidad anula la defensa contra potenciales actos de discriminación, producto de caprichos culturales, en contra nuestra.
Los prejuicios, como el que engendra a la discriminación, son hijos de muchos padres: experiencias vividas cuyo aprendizaje luego se generaliza, ideas de una época o un grupo social que se heredan a generaciones que no las reflexionan...
Superarlos tiene el mismo primer paso que se requiere para vencer una adicción: tomar conciencia, porque cuando nos damos cuenta de nuestra forma de pensar entonces somos capaces de modificarla.
Sólo así podremos comprender lo arriesgado de, por ejemplo, basar decisiones gubernamentales que atañen a nuestra vida artística en la máxima sola de “porque es yucateco”.— Mérida, Yucatán.
vboeta@dy.sureste.com

http://www.yucatan.com.mx/noticia.asp?cx=11$2900000000$3802161&f=20080423

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