martes, 4 de marzo de 2008

Mujeres. Federico Reyes Heroles

Por Federico Reyes Heroles
Para doña Griselda Álvarez, mujer recia y dulce.

"De la mujer puede decirse que es un hombre inferior", Aristóteles. "El mejor adorno de una mujer es el silencio y la modestia", Eurípides. "En la palabra de la mujer está la muerte; en su sonrisa el infierno", Torcuato Tasso. "Yo me alegro de no haber sido hombre, porque entonces me hubiera tenido que casar con una mujer", Madame de Stael. "Las mujeres no son otra cosa que máquinas de producir hijos", Napoleón.

La lista es infinita y nos recuerda las profundas raíces de la misoginia, del desprecio, de la discriminación, de la estupidez.

Pero no sólo se trata de personajes muy relevantes de la lejana antigüedad, sino en algunos casos de filósofos relativamente recientes como Shopenhauer, Nietzsche, "La mujer fue el segundo error de Dios", o famosos dramaturgos como Oscar Wilde.
En la versión optimista se podría afirmar que el avance es evidente. En muchos círculos una broma ligeramente misógina recibe de inmediato la condena abierta.

Se conmemora el centenario de Simone de Beauvoir. El segundo sexo o La mujer rota y muchos otros textos son clásicos de una discusión de justicia mínima. El día internacional de la mujer, 8 de marzo, está por cumplir 100 años de haberse instituido.

Hace 30 años que Naciones Unidas se sumó a ese esfuerzo. Ha habido años internacionales de la mujer, conferencias con el mismo objetivo: avanzar en una lucha que se enfrenta no sólo a legislaciones absurdas y denigrantes sino a una necia cultura que no se deja doblegar.
Los grupos feministas están en la brega cotidiana. La discusión está institucionalizada.

Pero quizá el riesgo mayor es ése: toda institucionalización cancela cierto brío.

En México ha habido avances notables. Las condiciones laborales han mejorado, aunque queda mucho por hacer. La participación en la vida pública hoy es inimaginable sin la mujer, sobre todo en el nivel federal. Si la cifra no me falla poco más del 40 por ciento de las mujeres están ya incorporadas al aparato productivo.
Los niveles de escolaridad femenina de este principio de siglo nada tienen que ver con los que registraba México hace medio siglo.
Una muy reciente legislación general busca atajar ese horror, la violencia que sufren las mujeres. Sigue sin reglamentar. Pero insisto, cierto brío se ha perdido.
Y quizá una muestra de ello es la feminización del asunto, me refiero a que los varones, responsables en mucho de este horror, participamos poco.
Es lo peor que le puede ocurrir a la discusión.
Habiendo muchas buenas noticias, hay sin embargo varios expedientes que merecen ser retomados con fuerza.

Comienzo por la llamada feminización de la pobreza. Sé que es un fenómeno mundial, que está vinculado a la migración campo-ciudad y a las migraciones internacionales. Pero ello no quita la crudeza del hecho: en México los más pobres de los más pobres son indígenas y son mujeres. Los programas asistenciales no deben bajar la guardia.

Otro asunto que leemos con naturalidad, pero que es una tragedia nacional, es la deserción escolar, en particular la femenina. Se repite en todos los niveles educativos. Sacar a una niña o adolescente de la escuela es condenar a la próxima generación a reproducir pobreza. El dicho tradicional de educar a una mujer es educar a una familia es estadísticamente válido.
Ahora que tenemos a una muy sensible secretaria de Educación, ¿no se podría pensar en un programa especial en contra de la deserción femenina?

Una de las grandes tragedias nacionales es el creciente número, millonario, de hijos sin padre.
En parte la explicación radica de nuevo en la migración de los dos tipos. Pero hay otro espectro que es producto de una perversa irresponsabilidad.
Cada año alrededor de 400 mil adolescentes quedan embarazadas. La gran mayoría nunca vuelve a tener contacto con el padre.
¿No se podría pensar en acciones que vayan desde la revisión de las leyes correspondientes hasta campañas masivas en los medios?
La paternidad sin responsabilidad es una grave afrenta no sólo personal sino social.
Poco, nada se habla al respecto.

Ceneval ha comprobado que la lectura de unos cuantos libros al año, creo que cinco, ayuda de manera fantástica a los hogares con baja instrucción materna. Si a ello agregamos que es la madre la principal transmisora de valores y la que más fomenta los hábitos de estudio, entre ellos la lectura, ¿no podríamos pensar en un programa de lecturas para padres (madres principalmente)?

¿Cómo queremos suplir las carencias sin acciones especiales?

Sé que el asunto es muy polémico, pero el voto a mano alzada en las comunidades indígenas no sólo margina, en muchos casos desaparece a la mujer de la vida pública. Es tema obligado de la agenda.

El trabajo doméstico sigue recayendo centralmente en la mujer. En algunos sitios particularmente pobres se guisa todavía con leña y en habitaciones sin ventilación adecuada. El número ronda el 15 por ciento de los hogares. Las sustancias que se desprenden son brutalmente dañinas.
¿Qué programa hay para evitar los males de esta costumbre?
¿Cómo es posible que municipios y gobiernos locales sean incapaces de implementar contenedores de basura para que sea depositada allí a la hora más conveniente para cada quién?

Ya nos acostumbramos a las hileras de mujeres en espera del camión.

Más allá de la retórica desgastada, está la vida cotidiana.

La agenda masculina nos hubiera llevado al conflicto entre Colombia y Venezuela, al carnicero de Pol Pot o a las actitudes xenófobas del PP, pero el 8 de marzo obliga.

Por cierto también hay otras lecturas, "Es la mujer del hombre lo más bueno", Lope de Vega. "Venciste, mujer, con no dejarte vencer", Calderón de la Barca.

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